Entre las representaciones más habituales entre todas las épocas se encuentran los fenómenos naturales, es decir acordes con las supuesta fiabilidad de la experiencia cotidianas, tales el eco, la huella o la reproducción biológica. La Modernidad y la Posmodernidad han podido variar los elementos del decorado, pero este tipo de imágenes funcionan con la misma lógica de antaño, y aunque hoy se compare la infinita replicabilidad del ADN a la labor creativa, los argumentos se sustituyen en buena medida unos a otros continuando esquemas previos como el de la obra espejo, no ya de la realidad, sino de otras obras.
Los bártulos que cargo sobre mis hombros –más, mucho más adentro que las 43.591 neuronas (sí conozco el número y el tamaño exacto de mis limitaciones) con las que bostezo o me entusiasmo o esbozo una sonrisa cómplice, cada vez que en un texto reconozco algo, sin certezas, que ya he visto antes– este pesado equipaje, que acarreo por domicilios ajenos, habitaciones por horas, estos bártulos embarazosos, pesadísimos, sobre mis hombros... Dentro, muy dentro y antes de mí.