
Escribir bajo pseudónimo, con otro nombre, detras de otra máscara, de otro antifaz, entrar en el baile de carnaval con cuernos de diablo o mitra cardenalicia, pontificar, levantar banderas caídas, sembrar discordias desde la retaguardia, de incógnito decir verdades por la espalda, asustar, hacer reír, intrigar, hacer el payaso, de vientre y en plena calle, cambiar de sexo, dejar de llamarse Díaz o Gómez o Fernández, contradecirse, mandarlos a todos a hacer puñetas, perpetrar esa novelilla infame que desde hace tanto tiempo en el tintero, bailar con la más fea, cambiar de pseudónimo, desligarse, no retractarse, enseñarle el culo a los de arriba, no recoger premios, no pronunciar discursos de agradecimiento, no inclinarse, no besar las manos, hacer traición a la causa, cambiar de pantalones... Ya lo ve, la lista es larga y no hay nada más que ventajas.
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