18 febrero 2006

Credo


Creo en una autor único, trino y voluntad todopoderosa, escritor de lo no dicho y nunca expresado. Presente y no inventado. Descendido a los intestinos de la crítica, muerto, sepultado y resucitado a los tres días, como en un veintitrés de abril, aseguran, murieron Shakespeare y Cervantes, esta coincidencia que ha contribuido mucho probablemente a que apenas sepa si lo que escribo lo escribo yo o ese idiota –en el sentido recto de este estado hermoso y beatísimo que comparto con más de uno– con el que me confundo en los días en los que hace sol, está nublado o no hay eclipse. Un veintitrés de abril de hastío, primavera y papelitos que se adhieren a las suelas y no se quieren despegar. Veintitrés de abril, día declarado por la UNESCO, día del libro y de, cómo no, de los derechos de autor. Algo que, llegados a este punto, oh lector, mi semejante, mi idiota semblable, ambos sabemos que no deja de ser una fantochada con visos de declaración universal de los derechos de imperio, emporio, expolio y monopolio. Amén.

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