31 enero 2006

El que cuenta historias

Si todo se redujera a pisar sobre huellas que otros han dejado ya sobre la arena de la playa de la isla que creíamos desierta. Si en definitiva no pasáramos de meros turistas, nosotros que nos creíamos viajeros intrépidos, pioneros, exploradores de metáforas incógnitas y nos han plantado un club med y otros, muchos otros, ya han visto este amanecer, esta misma puesta de sol, este abismo sin fondo, esta naturaleza virgen ya, alas, muy usada de virgo mil veces remendado, que nos quedara más que hacer recuento, contar lo olvidado por servido y trocar nuestro mapa del tesoro por un hit-parade de grandes éxitos de ahora y, claro está y maldita sea su alma, de siempre. Sobre la tumba de Tusitala en los Mares del Sur se yergue ahora un MacDonalds.

30 enero 2006

Prière d'insérer

Los bártulos que cargo sobre mis hombros –más, mucho más adentro que las 43.591 neuronas (sí conozco el número y el tamaño exacto de mis limitaciones) con las que bostezo o me entusiasmo, me sublevo o esbozo una sonrisa cómplice, cada vez que en un texto reconozco algo, casi siempre sin certezas, que ya he visto antes– este pesado y aparatoso equipaje, que acarreo por las sucesivas moradas con las que me distraigo, por domicilios ajenos, hoteles de mala muerte, habitaciones por horas, estos bártulos embarazosos, pesadísimos, sobre mis hombros... dentro, muy dentro y antes de mí.

29 enero 2006

El alquitrabe


Dónde me llevará todo este rebuscar en las palabras, y más allá de ellas, entre todos estos libros textos, entre frases desvalijadas de su sentido, a hurtadillas, con alevosía. Y nada más porque Cortázar había escrito también sobre una flor amarilla, la misma que tú también habías descrito y que tú habías ya visto en algún lado, en algún otro escritor que también había visto esa misma flor amarilla. Me repito porque de repeticiones estamos hablando. Repeticiones incómodas cuando uno guarda todavía resabios del adolescente romántico que otros, más sensatos, ya han terminado de enterrar y de entonarle los gorigoris correspondientes. “Plagio anticipatorio” lo llamaba François Le Lyonnais. Una obsesión por los plegamientos o las fisuras del tiempo y del espacio un tanto impúber, adolescente, vergonzante